Cuando esta semana recibimos la noticia de la marcha de Juan Carlos Ispizúa del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona (CMRB), retornó a mi pensamiento la consabida frase de Unamuno “que piensen ellos”. El tiempo por desgracia no ha devaluado esta afirmación que, aunque aplicada a una época pretérita aún tiene en común muchos lazos con el presente. La llamada “fuga de cerebros” de nuestro entorno debilita más si cabe nuestra posición frente a aquellos países a los que hemos sido habituales “deudores” tecnológicos, reforzamos a coste cero, aún más, su amplio capital humano y favorecemos el desarrollo de proyectos cuya patente en algunos casos es propiedad de estos científicos, formados en nuestra Universidades y, que por una razón innegable se ven forzados a realizar su actividad investigadora más allá de nuestras fronteras.
Este hecho no hace más acrecentar nuestro déficit investigador, debilitar nuestro potencial humano y sentirnos más pobres frente a los países de nuestro entorno.
Las líneas de investigación que a partir de ahora va a desarrollar en Salk, a tiempo total Juan Carlos Ispizua incluyen el futuro desarrollo de órganos para trasplante, concretamente riñones, un proyecto que nos ilusionó desde un principio y que particularmente he seguido con especial interés.
Lamentablemente Juan Carlos Ispizúa es un nombre más en esta sangría.